Allá por 1975 en mi natal Uruguay, habiéndoseme negado la visa para ir a Estados Unidos, vine a México por cercanía con dicho país, para seguir con mi plan de entrar al país del norte.

Por azares del destino, ya en México, no me encontré con un matrimonio de paisanos con los que se tenía el plan de cruzar hasta Estados unidos, por lo que me vi obligada a quedarme en México, sin conocer a nadie y con unos cuantos pesos, lo que me obligó a inmediatamente ponerme a trabajar.

 

Me encantó este maravilloso país y en un abrir y cerrar de ojos cambió mi vida y decidí quedarme en esta tierra.

A unos meses de que llegara, conocí a Jorge y nos enamoramos profundamente; en 1978 nació Jorge Alejandro, nuestro primer y único hijo.

 

Trabajamos los dos a brazo partido pero sin grandes resultados, cada vez las arcas estaban más y más vacías, en 1985 unos amigos nos dijeron de entrar en el bazar del Oro en la glorieta de la Cibeles, y después de haber vendido distintas cosas como joyería, ropa, platería, etc., las líderes del bazar nos sugirieron a mi esposo y a mí, poner algo de comida, dado el gusto que teníamos nosotros por preparar alimentos y la herencia maravillosa de la cocina criolla del Uruguay.

​

Empezamos un 16 de mayo de 1992 con un gran aguacero, con una parrilla y una barra a hacer chorizos y carnes estilo uruguayo; empanadas, ensaladas y pasteles, gracias a Dios con una gran demanda y aceptación.

​

Como esta venta solo era los fines de semana, la gente nos preguntaba, "¿entre semana donde podemos comer todo esto?" Y a raíz de esto comenzó el restaurante Bariloche, donde a diario se podía -y se puede- disfrutar de nuestros platillos en el corazón de la Condesa.

​

Lamentablemente en 1998, luego de una dura enfermedad, falleció Jorge, mi esposo, dejándonos, a mi hijo y a mí, muy gratas enseñanzas; entre ellas la vocación de servicio de excelencia para nuestros comensales. 

​

Se dice fácil pero sería imposible resumir en pocas líneas toda nuestra historia; ha sido un camino muy difícil, pero siempre con la inmensa satisfacción de ver que nuestros clientes dejan los platos limpios (hasta el pan le pasan al plato), y cuando se les pregunta cómo está todo, dicen: “de maravilla, como siempre”.

 

Para todos quienes formamos parte de la familia Bariloche, no hay mayor felicidad y satisfacción que esa.

 

​